Utopía Pirata
Aaron Vansintjan
Aceleracionismo y decrecimiento
La extraña pareja de la izquierda
Durante este último tiempo, he estado involucrado con un grupo en Barcelona que estudia y aboga por el “decrecimiento”: la idea de que debemos reducir producción y consumo para lograr una sociedad más equitativa, y para lo cual debemos desmantelar la ideología del “crecimiento económico a toda costa”. Como podés imaginarte invierten mucho de su tiempo intentando aclarar malentendidos: “No, no estamos contra el crecimiento de los árboles. Sí, también deseamos que les niñes crezcan. Sí, también nos gustan las cosas agradables como la asistencia sanitaria”.
Pero este último año estuve viviendo en Londres. Allá, la ideología activista pareciera estar influenciada por les “aceleracionistas”, quienes sostienen que el capitalismo y sus tecnologías deberían impulsarse más allá de sus propios límites para crear un nuevo futuro post-capitalista. El aceleracionismo es como si, habiendo intentado por todos los medios evadirse de un agujero negro, la tripulación de la nave decidiera que lo mejor sería pegar la vuelta y dejarse chupar: “¡Ei, podría haber algo copado del otro lado!”
Luego de un año de experiencias en algunos círculos activistas de Londres, ahora entiendo mejor de donde viene esto. Décadas de recortes gubernamentales, aplastamiento de los sindicatos, financialización total de la city, y la falta de recursos para la organización comunitaria pusieron al activismo londinense en modo crisis: exhausto, aislado y siempre a la defensiva.
Estos mundos de pensamiento estan bien resumidos en dos libros recientes. En Decrecimiento: Un vocabulario para una nueva era, editado por Giacomo D’Alisa, Federico Demaria y Giorgos Kallis, sus autores explican conceptos como “cuidado”, “justicia medio ambiental”, “renta básica”, “bienes comunes”, todos los cuales son vistos como parte del encuadre interpretativo del decrecimiento. Para ellos, decrecimiento es un término abarcativo que alberga una variedad de movimientos, ideologías e ideas para un mundo más sustentable y menos capitalista.
En Inventando el Futuro: Postcapitalismo y un Mundo Sin Trabajo, sus autores Alex Williams y Nick Srnicek discuten la promesa de una renta básica, el crecimiento de las tecnologías de automatización y del pensamiento utópico para crear una especie de “comunismo de lujo totalmente automatizado”.
Sorprendentemente, ambos libros tienen mucho en común. Tenés los imaginarios utópicos, un renovado foco en economías alternativas, la voluntad de pensar más allá del neoliberalismo, tanto como del keynesianismo y la habilidad de lidiar con los efectos contemporáneos de la tecnología en la sociedad y el medio ambiente.
Pero al mismo tiempo tienen bastantes diferencias. Estas diferencias se me hicieron evidentes el invierno pasado, una tarde gris de sábado durante un evento llamado “Future Society Forum”1. Después de una corta introducción a cargo de Nick Snricek, activistas de los alrededores de Londres eran invitades a un brainstorm2 acerca de cómo podría verse una utopía de izquierdas.
La sala fue dividida por diferentes “temas”: trabajo, salud, medio ambiente y recursos, educación, etc. Se nos propuso que primero colocáramos post-its3 con ideas sobre “futuros” particulares a cada tema. Cómicamente, alguien había puesto “renta básica” en cada uno de los temas, incluso antes de que el evento hubiera comenzado (¿un intento de mensaje subliminal?). Luego, se nos pidió que nos dividiéramos en grupos para discutir cada tema.
Dada mi formación, decidí que donde mejor podía contribuir era en el tema de medio ambiente, aunque estaba ciertamente interesado en sumarme a los otros. Después de una discusión de 15 minutos, llegó el momento de que cada grupo hiciera una devolución al colectivo. Como era de esperar, el grupo de medio ambiente imaginó una sociedad descentralizada donde los recursos serían gestionados por bioregiones; una economía de baja tecnología, bajo consumo, donde todes tienen que hacer un poco de horticultura y un poco de limpieza, y donde la ciudad está perfectamente integrada al campo. Estoy casi seguro de haber escuchado risitas mientras que nuestra utopía era leída en voz alta.
Por otro lado, el grupo “trabajo”, avisoró un futuro con máquinas que harían todo por nosotres, requiriendo grandes fábricas, en las que todas las tareas, si las hubiera, serían remuneradas equitativamente, donde nadie tendría que hacer lo que no guste, en donde sistemas computarizados de alta tecnología controlarían la economía. Básicamente el sueño del “lujo comunista totalmente automatizado”.
Hablando de sesgo de selección.
Sin embargo, parte de mí esperaba algo más que unas risitas. Pero el desafío directo nunca llegó. Les aceleracionistas concedieron a les ambientalistas su utopía come-gusanitos mientras elles rumiaban sus propios tecno-fetiches. ¿Era sólo un armisticio con la intención de prepararse para una batalla más grande por venir o había realmente menos animosidad de la que yo imaginaba?
Por supuesto que este tipo de diferencias no son totalmente nuevas para la izquierda; líneas opuestas similares tuvieron lugar en otros movimientos sociales del pasado: ¿debemos destruir las máquinas o usarlas en nuestro beneficio? Quizás Friedrich Engels haya desestimado totalmente a les campesines como posibles revolucionaries, pero el anarquista ruso Mikhail Bakhunin insistía en que les campesines podían y serían cruciales para crear un mundo más allá del capitalismo, y que la izquierda podría aprender de las comunidades campesinas para darse una idea del aspecto que tendría otro mundo.
Estas mismas tensiones son las que rivalizan en las ideologías aceleracionistas y decrecentistas. Aceleracionistas como Srnicek y Williams ponen el énfasis en la automatización, el rol de los sindicatos y la reducción de la semana de trabajo como las variables principales para cambiar el rumbo más allá del capitalismo. Su foco está puesto en las cosas grandes (fuerza laboral, comercio global) y sostienen que poner el foco en pequeñas intervenciones de la izquierda es parte del problema y no de la solución. Las académicas del decrecimiento apuntan a pequeñas nowtopias4 y a hacer alianzas con aquelles que luchan contra el extractivismo: frecuentemente campesines, pobladores rurales y pueblos originarios.
Cuando terminé de leer el libro de Srnicek y Williams, me di cuenta de que decrecimiento y aceleracionismo (aunque supe que ahora Williams y Srnicek se distancian del término para no ser confundidos con las variables más derechistas del movimiento) realmente tienen más en común de lo que originalmente creía: tanto en términos prácticos (políticas y estrategias) como en sus posiciones ideológicas generales. Y tienen mucho que aprender unes de otres.
Lo que sigue es una especie de reporte: una conversación entre las dos propuestas. Habrá algo de crítica, pero tambien algo de polinización cruzada. Mi debate gira en torno a un par de temas: la importancia del pensamiento utópico, la tecnología, la economía y la estrategia política.
Si bien hay coincidencias, también hay diferencias. ¿Cómo es posible que habiendo tantos consensos, tengan encuadres tan diferentes sobre el tema tratado? A modo de síntesis, señalo que la noción de “velocidad” y sus diferentes posturas al respecto, son fundamentales a ambas posiciones.
Pensamiento Utópico
Como lo expresó David Graeber, en otro jugoso ensayo más, los movimientos sociales de hoy están experimentando una especie de “fatiga desesperada”: no satisfechos con la simple queja sobre los recortes a los servicios sociales, hacen renacer un pensamiento positivo y futurista.
De hecho, pareciera que un principio unificador clave entre aceleracionismo y decrecimiento es su promoción de ideas utópicas. Esto podría sorprender a aquelles que no están familiarizades con la literatura del decrecimiento; recientemente, se ha dedicado un libro entero a atacar la hipótesis del decrecimiento acusándola de anti-moderna y basada en una “ecología de la austeridad”.
Como sea, el hecho es que les pensadores del decrecimiento han puesto un montón de pensamiento sobre cómo superar una evasiva primitivista de la modernidad, y concebir un futuro bajo en carbono, democrático y justo. A pesar de las connotaciones negativas que puedan resultar de una palabra como “decrecimiento”, ha habido propuestas muy positivas y progresistas dentro del movimiento. En este sentido, las claves conceptuales incluyen el “deseo”, es decir el énfasis sobre el hecho de que una transición justa no debe ser forzada sino provenir de la propia voluntad política de la población; “comunalidad de bienes”, por la cual los recursos son gestionados colectivamente en lugar de privatizados; el respaldo de políticas innovadoras tales como renta básica mínima y máxima, así como reformas impositivas ecológicas; la resucitación del reclamo de Paul Lafarge por el “derecho a la pereza”, también rescatada por les aceleracionistas; la adopción de imaginarios inspirados por nowtopias, existiendo actualmente experimentos de subsistencia que apuntan a diferentes futuros posibles.
Lo mismo es cierto para les aceleracionistas. De hecho, Srnicek y Williams remarcan la renuncia a lo imaginativo de la mayor parte del activismo de izquierda durante las décadas pasadas. Para ellos, el activismo progresista ha sido limitado en gran parte por lo que denominan folk politics5, una ideología activista reducida en su ámbito, que se enfoca en acciones inmediatas y temporarias, en vez de organizarse para el largo plazo; se centra en el intento de crear perfectos “micro-mundos” prefigurativos, en lugar de lograr cambios de amplio espectro en el sistema. Esto, arguyen, es sintomático de un momento político más amplio, en el cual el consenso neoliberal ha bloqueado la posibilidad de pensar políticas y mundos alternativos. Y entonces proponen una visión del futuro que es al mismo tiempo, moderno y conciente de los lineamientos económicos de la actualidad. Al igual que el movimiento decrecentista, proponen que la ideología dominante del pro-trabajo debe ser desmantelada, pero a diferencia del decrecimiento, proponen un mundo donde la gente no tenga que someterese al trabajo pesado sino que pueda perseguir sus propios intereses dejando a las máquinas que hagan todo el trabajo; en otras palabras, “comunismo de lujo totalmente automatizado”.
Lo que une ambas visiones es una estrategia contra-hegémonica que configura imaginarios y éticas alternativas, que desafían el momento neoliberal insistiendo en que otros mundos son posibles y de hecho, deseables. Para académicos del decrecimiento, como Demaria y otres, el decrecimiento no es un concepto unívoco, sino un marco interpretativo que reune una constelación de términos y movimientos. Para les aceleracionistas, parte de la estrategia es promover un nuevo conjunto de demandas “universales” que permitan que un nuevo desafío político tome lugar. Además, convocan a una “ecología de organizaciones”, grupos de reflexión, organizaciones no gubernamentales, colectivos, grupos de presión, sindicatos, que puedan entramar juntes una nueva hegemonía. Para ambos, existe una necesidad de socavar las ideologías existentes a través de, por un lado, oponer fuertes objeciones, y, por el otro, establecer nuevas ideologías (p. ej. postrabajo, convivialidad). El resultado es: dos fuertes propuestas para futuros alternativos que no tienen miedo de soñar en grande.
¿Pluralismo económico, monismo político?
Cuarenta años más tarde de que Irving Kristol, el padrino del neo-conservadurismo, en su conocido discurso en la Mont Pelerin Society, acusara a la Nueva Izquierda de “negarse a pensar económicamente”, es interesante que estos dos esquemas emergentes vuelvan a centrar lo económico en sus análisis. Efectivamente, ambos esquemas proponen políticas económicas asombrosamente similares. Comparten demandas tales como la renta universal, la reducción de las horas laborales, y la democratización de la tecnología. Sin embargo, difieren en otros reclamos: Williams y Srnicek destacan el potencial de la automatización para enfrentar la desigualdad, y del centrarse en el rol de los avances tecnológicos, bien para acrecentar la precareidad o, contrariamente, para liberar la sociedad. En este sentido, hablan extensamente sobre la importancia de la innovación y los subsidios para investigación y desarrollo liderada por el estado y cómo esto debe ser reclamado por la izquierda.
Por el contrario, académicos del decrecimiento como Giorgos Kallis y Samuel Alexander han propuesto una plataforma de políticas más variada, pasando por la renta mínima y máxima, la reducción del horario laboral y tiempo compartido, reforma bancaria y financiera, planeamiento y presupuestación participatorias, reforma impositiva ecológica, soporte financiero y legal a la economía solidaria, reducción de la publicidad y abolición del uso de PBI como un indicador de progreso. Estas son solo algunas de las políticas propuestas por les defensores del decrecimiento; de todos modos, el punto es que les decrecentistas tienden a respaldar una amplia plataforma de políticas más que un conjunto de cambios estratégicos facilistas en el sistema.
En muchos puntos de su libro, Srnicek y Williams instan a la izquierda a comprometerse nuevamente con la teoría económica. Argumentan que mientras la economía dominante necesita ser desafiada, herramientas tales como modelización, econometría y estadística serán cruciales en el desarrollo de una visión del futuro revitalizada y positiva.
En efecto, casi al final de libro, hacen una apuesta por una economía “pluralista”. En los inicios de la crisis del 2008, la izquierda respondió con un “keynesianismo improvisado”, porque, habiendo estado el foco puesto durante mucho tiempo en la crítica al capitalismo, había una severa falta de teorías económicas alternativas disponibles de las cuales servirse. Ellos instan a pensar a través de problemas contemporáneos que no son fácilmente abordables por la teoría económica keynesiana o marxista: estancamiento secular, “el desplazamiento hacia una economía informacional, post-escasez”, abordajes alternativos a la expansión cuantitativa, y las posibilidades de la automatización total y de la renta básica universal, entre otros. Argumentan la necesidad de que la izquierda “piense a través de un sistema económico alternativo” que se base en tendencias innovadoras, incluyendo “desde teoría monetaria moderna hasta economía de complejidad, desde economía ecológica a participatoria”.
De todos modos, me sentí decepcionado por lo que ellos consideran formas “plurales” de economía. Hubo poca discusión acerca del contenido de economías alternativas tales como economía institucional, economía poskeynesiana, teoría de los bienes comunes, economía del medio ambiente, economía ecológica y teoría del posdesarrollo. Son estos campos los que han ofrecido algunos de los mayores desafíos a la economía neoclásica y que presentan, al mismo tiempo, fuertes desafíos a su propia ideología política. Harían bien en vincularse más con estas teorías.
Esta laguna no es menor, más bien refleja problemas más profundos dentro de todo el esquema aceleracionista. Para un libro que menciona el cambio climático como uno de los principales problemas que enfrentamos, incluso señalándolo en la primera oración de su Manifiesto Aceleracionista, se implica bastante poco con el tema medioambiental. Y sin embargo, son estos campos no tratados de la economía heterodoxa los que han provisto algunas de las respuestas más útiles a la actual crisis medioambiental, incluso yendo tan lejos como para proveer modelos robustos y análisis econométrico para probar sus propios argumentos.
Esta misma carencia no se encuentra en la literatura del decrecimiento. De hecho, el movimiento ha sido en gran parte inspirado por economistas rebeldes como Eleanor Ostrom, Nicholas Georgescu-Røegen, K. William Kapp, Karl Polanyi, Cornelius Castoriadis, Herman Daly and J.K. Gibson-Graham. Las sesiones sobre decrecimiento son ahora la norma en muchas conferencias económicas, así como las conferencias sobre decrecimiento están ampliamente dominadas por la discusión de la economía.
Tomándose con calma las lecciones de la economía institucional, les pensadores del decrecimiento han remarcado que no existe panacea: no habrá una única política que realice el truco, es necesaria una plataforma política diversa y complementaria para compensar los circuitos de retroalimentación que podrían surgir de la interacción de diferentes políticas.
Desde esta perspectiva, las políticas estratégicas propuestas por les aceleracionistas (renta básica, automatización, reducción del horario laboral) comienzan a verse más bien simplistas. Enfocarse en tres políticas centrales funciona para una lectura elegante y para simples pancartas, pero tiene un precio: cuando estas políticas sean implementadas y resulten en efectos negativos no previstos, habrá escasa voluntad política para continuar experimentando con ellas. Yo apostaría por una plataforma sólida de políticas múltiples, suficientemente resiliente para lidiar con circuitos de retroalimentación negativa y sin dogmatismos acerca de cuál debería ser implementada en primer término.
Un punto fuerte de les aceleracionistas es su énfasis en el aspecto político de las medidas económicas, que por lo tanto deben ser conseguidas mediante la organización política. De esta forma, dan un paso crucial más allá del economicismo, término que Antonio Gramsci utilizaba para referirse a les izquierdistas que ponían el activismo contrahegemónico en segundo plano hasta que las “condiciones económicas” lo favorecieran. No podría decirse lo mismo sobre los ecologistas de izquierda: la escasez, los límites medioambientales son, frecuentemente, impuestos como espectros apolíticos que invalidan toda otra preocupación.
Pero más allá de todos sus llamados por una visión unificada y utópica, permanezco aprensivo con respecto al tipo de utopía que proponen y, por lo tanto, al tipo de políticas que consideran necesarias. Mientras que folk politics [^5] es en parte una promisoria definición del activismo que no logra escalar, también puede convertirse en una manera de desestimar cualquier cosa que no encaje en su idea de lo que la política realmente es.
Tomemos como ejemplo la subestimación aceleracionista de la respuesta popular de la Argentina a la crisis financiera. Bajo su mirada, el “giro nacional de gran escala hacia el horizontalismo” que involucró asambleas barriales después de la recesión de 1998, “se quedó en una respuesta localizada a la crisis” y “nunca se acercó al punto de reemplazar al estado”. La dirección de las fábricas por les trabajadores no logró tomar impulso y “permaneció necesariamente insertada dentro de las relaciones sociales capitalistas”. Como conclusión, afirman que el “momento” argentino fue simplemente un alivio para los problemas del capitalismo y no una alternativa al mismo". Elles sostienen que fue simplemente una respuesta de emergencia y no un competidor.
Pero este es un punto de vista realmente problemático de lo que constituye “lo político”. Basado en décadas de informes sobre luchas populares latinoaméricanas y su participación en ellas, Raúl Zibechi sostiene, luego del abandono neoliberal del estado, campesines, pueblos originarios y habitantes de los barrios marginales están creando nuevos mundos y recursos que operan distinto a la lógica del estado y el capital. Estas nuevas sociedades no hacen demandas a los partidos políticos y no desarrollan agendas para reformas a través de elecciones. En cambio, organizan “con/contra” instituciones existentes, a través de “reterritorializar” sus medios de vida, construyendo economías diversas y horizontales, y organizando levantamientos en momentos coyunturales.
Según la mirada de Zibechi, la mismísima reacción popular argentina se describe como un momento en el cual “lo inviable queda a la vista”. Lo que estaba latente bajo la superficie se revela “como un rayo que ilumina la noche”. Más que ser una “respuesta de emergencia”, la contestación argentina fue estratégica y puesta en práctica no tan espontánea y desorganizadamente como Srnicek y Williams lo pintan.
De igual modo, con las políticas de género. Mismo si Williams y Srnicek reconocen las teorías económicas feministas alrededor de los trabajos de cuidado y reproductivos, lo que, para ellos, califica como política “real” cae en reinos bien hegemónicos: lobby, la formación de think tanks [^6], política de plataformas, sindicatos y modelización económica. Pero ¿qué hay acerca de otros tipos de resitencia, como los que Zibechi resalta: colectivos de cuidado infantil, asentamientos ocupados y autónomos, escuelas y clínicas organizadas comunalmente, comedores populares y piquetes? ¿Cómo esas prácticas, ahora contempladas como “comunalización”, entran en su “ecología de organizaciones”?
Me preocupa que la desestimación de les campesines como agentes revolucionaries, que esgrimen aceleracionistas como Friedrich Engels, implícitamente resulte en un rechazo a la posibilidad de potenciales alianzas con las luchas de los pueblos originarios y anti extractivistas. Si el éxito político es medido solo por sus logros estatales, entonces las victorias no estatistas permanecerán invisibles.
Por el contrario, les pensadores decrecentistas han colaborado con académicas del posdesarrollo como Ashish Kothari y Alberto Acosta y han ayudado a crear una red de justicia medioambiental estableciendo alianzas, precisamente con los grupos que serían los más afectados por un aumento de la automatización y quienes probablemente se beneficiarían menos con las políticas aceleracionistas como la renta básica.
Desafortunadamente lo que Srnicek y Williams llaman folk politics termina justificando su visión específica de lo político, que notablemente es una visión del norte, incapaz de romper con ideas hegemónicas acerca de les actores políticos correctos. Con esta lógica, el movimiento argentino “falló” porque no pudo replicar o reemplazar el estado. Les sería muy útil relacionarse con teorías subalternas, estudios sobre decolonialización, académicas del posdesarrollo, todes quienes de diferentes maneras han desafiado las concepciones occidentales acerca de cómo debería ser la resistencia, las alternativas y el progreso. Más aún, deberían vincularse con teóricas de lo comunal, quienes demuestran cómo las prácticas comunalistas abren alternativas reales al neoliberalismo. Más allá de las alianzas teóricas, esto les ayudaría a no catalogar los movimientos como “fallidos” simplemente porque no buscan copiar al estado.
Tecnología, Eficiencia y Metabolismo
Para mucha gente de izquierda la tecnología es secundaria a las políticas redistributivas (bienestar, salud, empleo, equidad) y la innovación es el reino de las compañías privadas, no del estado.
En contraposición, les aceleracionistas reconocen que la tecnología es un factor clave del cambio social y económico. Para Srnicek y Williams, un objetivo dentro de la izquierda sería politizar la tecnología para transformar las máquinas capitalistas hacia fines socialistas. Si vamos a lidiar con los múltiples problemas que enfrenta hoy la humanidad debemos tomar el reinado de la tecnología, democratizarlo. Este ademán “moderno”, que evita el primitivismo y el deseo de retornar a un pasado “más simple”, es realmente apreciado.
Srnicek y Williams emplean gran parte del libro discutiendo la manera en que la automatización está transformando las relaciones económicas y sociales a nivel mundial. La robotización no solo está convirtiendo a tantos trabajadores del norte global en inútiles, sino que la automatización está comenzando a tener sus efectos en países que se desarrollan rápido, como China. Llegan tan lejos como para relacionar la informalización de una gran parte de la humanidad (residentes de barrios pobres, migrantes rurales-urbanos) como una indicación de que el capitalismo ya no necesita su “reserva de mano de obra”. El establecimiento de la automatización significa que entraremos una vez más, en un mundo de desempleo masivo, en el cual el trabajo se vuelve barato y todo el poder queda en las manos del empleador.
Su respuesta a esto es bastante audaz: antes que escapar a esta “realidad” moderna, sugieren impulsar sin fin el crecimiento de la automatización, acabando eventualmente con la necesidad de trabajo repetitivo y dando lugar a un “comunismo de lujo completamente automatizado”; su visión de un futuro deseable. Como parte de esto argumentan que la inversión pública en innovación será clave para lograr este objetivo.
Como tratan de demostrar, la automatización ya está ayudando a la desindustrialización en varios países (desarrollados y en vías de desarrollo), lo cual significa que sin importar si la completa automatización se realiza o no, hay una necesidad crítica de que los movimientos sociales luchen por avances políticos para garantizar redes de protección social. En respuesta a esto sostienen que los sindicatos deberían estar peleando por menos horas de trabajo, no más, y que la renta básica ayudará a abordar el desempleo masivo que la automatización parece estar causando.
Concuerdo con que este tipo de respuestas políticas serán necesarias en los años por venir y que la automatización ciertamente plantea dilemas, pero por varias razones que listaré más abajo no estoy seguro si representa el problema central, como ellos parecen afirmar. Antes que nada ¿Está realmente la automatización aconteciendo a un paso tan acelerado y destructivo? Es cierto que la tasa de crecimiento del empleo global está disminuyendo, pero esto puede ser explicado por un número de factores, muchos de los cuales están siendo señalados cada vez más por economistas convencionales: la aparición de un “estancamiento secular” en Europa y América, el declive en la extracción petrolera convencional y el agotamiento del cremiento “fácil” que ya se sentía en los años 70. De hecho, habiendo escarbado entre sus citas, no encontré mucha investigación que muestre cómo se compara el rol de la automatización con estos otros factores en las transformaciones económicas actuales. De todas formas, no siendo un economista laboral, no estoy lo suficientemente versado en los números para continuar la discución. En esta ocasión, les daré el beneficio de la duda.
Segundo, y más problemáticamente, sigo a George Caffentzis en su excepticismo respecto de la afirmación de que pronto el Capital no necesitará trabajadores y por consecuencia, provocará su propia desaparición:
“El Capital no puede caer en el olvido, pero tampoco puede ser engañado o maldecido para que desaparezca… La bibliografía del”fin del trabajo"… crea una politíca fallida porque en definitiva trata de convencer tanto a amigos como a enemigos de que el capitalismo ha acabado a espaldas de todes.
Esta era una crítica de Jeremy Rifkin y Antonio Negri en los ’90, pero hoy podría también aplicarse al trabajo de Paul Mason, Snricek y Williams. Hay algo mágico en dejar que la automatización haga todo el trabajo anticapitalista por vos. Desgraciadamente no hay ningún ardid que acabe con el capitalismo. Incluso si sostienen en muchos puntos que la automatización no es un fin técnico sino político, están dejando que en muchos aspectos la automatización maneje el volante de la política. Ya he mencionado los peligros del economismo. Hoy algo nuevo pareciera estar emergiendo, lo cual es aparentemente muy prevalente entre “ecomodernistas” progresistas: tecnologismo. La creencia de que un futuro bajo en carbono es solo posible incrementando la innovación y los avances tecnológicos en vez de mediante una transformación a gran escala de nuestras relaciones sociales y políticas. Snricek y Williams tratan de eludir el tecnologismo, pero su extrema fascinación con la automatización los acerca peligrosamente.
Tercero, incluso si la automatización estuviera en alza, soy escéptico acerca de cómo podría limitar la expansión del capitalismo. Como lo expresó Peter Linebaugh, les Luditas se oponían a la automatización, no solamente porque les estaba costando sus propios trabajos, sino porque sabían que la automatización de manufactura textil significaba la esclavización y la atracción hacia el sistema capitalista de millones de esclaves y personas pertenecientes a los pueblos originarios en las colonias. La automatización, desde este punto de vista es un “problema” local asumido desde una perspectiva miope del norte: no va a acabar con la siempre creciente tala de bosques, confinamientos, destrucción de medios de subsistencia, y la creación de clases itinerantes forzadas a incorporarse a la economía extractivista. Independientemente de que la automatización sea capitalista o comunista, si no es regularizada, da lugar al incremento de conflictos medioambientales a nivel global. Pero las crecientes tasas de extracción de recursos no son mencionadas como un problema en el libro, ni tampoco proponen una alianza estratégica con aquelles afectades por la industria extractivista.
Esto nos lleva a lo que es quizás la falta más frustrante en todo el libro: sus muy débiles propuestas medioambientales.
Sorprendentemente, hay dos instancias en las que presentan maneras de abordar el “problema medioambiental”: durante su argumentación en favor de la automatización también mencionan que una mayor eficiencia minimizaría el uso de energía. En otro apartado, sugieren que el paso a una semana laborable de cuatro días limitaría el uso de energía que se consume en transporte.
Pero la eficienccia no funciona de esa manera. Si vas a extraer una lección de la economía ecológica, es esta regla de oro que habrá que repetir a cada tecno optimista que te cruces: Sin limitar de alguna manera el uso de recursos y energía (ej. a través de impuestos), cualquier avance en eficiencia, probablemente conducirá de manera progresiva a un mayor uso de recursos, no menos. Es el llamado efecto rebote o Paradoja de Jevons.
Se deduce que no hay garantía de que acortar la semana laborable sería más amigable para el medioambiente. Eficiencia y más tiempo libre puede conducir con la misma facilidad a un daño ecológico mayor, no menor. En cualquier régimen político (capitalista o comunista) en el que existen insuficientes límites o regulaciones sobre el uso total que la sociedad hace de energía y materiales, mientras que las ganancias de la inversión son invertidas en más producción, los avances en eficiencia causarán un aumento exponencial en la producción de energía y materiales.
Discutiendo este tema con gente de la comunidad del decrecimiento, Viviana Asara señala que esto no es solo un problema de justicia ambiental, la cual sale perdiendo con el aumento de la producción, sino también un problema de límites energéticos.
El concepto de TRE (tasa de retorno energético) demuestra que a diferencia de los combustibles fósiles, la energía renovable tiene un muy bajo retorno de la inversión. En favor del argumento, asumamos que una economía de lujo totalmente automatizada tiene el mismo consumo de energía que el de la economía de hoy, más eficiente pero produciendo más cosas. Pero a causa del Tre extremadamente bajo de la energía renovable, ese tipo de economía podría requerir la transformación de la superficie total de la tierra en paneles solares, una visón del futuro no solo infernal, sino imposible.
Podemos discutir extensamente acerca de si es efectivamente posible producir la misma cantidad de energía utilizando solamente renovables, pero el punto es que Srnicek y Williams no se avienen siquiera a sostener esa discusión, algo que debería considerarse necesario si tu propuesta es aumentar la actividad industrial global en tiempos de cambio climático. Como me dijo Asara en un correo electrónico, “Su utopía de automatización ‘supuestamente sostenible’ pasa por alto cualquier idea de la realidad biofísica”.
Aquí es donde los análisis aceleracionistas y decrecentistas más difieren. El decrecimiento toma el “metabolismo” de la economía como una cuestión clave; es decir, cuánta energía y material utiliza. Teniendo en cuenta que la innovación habilita la aceleración de este metabolismo y a causa de que este aumento en el metabolismo tiene impactos sociales y ecológicos, frecuentemente descargados sobre gente que no se beneficia de la tecnología, es necesario que la toma de decisiones con respecto a los límites de la tecnología sea colectiva.
En este sentido, reapropiarse de la tecnología o hacerla más eficiente no es suficiente. De hecho, sin transformar totalmente el modo en el que el capitalismo reinvierte su plusvalía, requiriendo una transformación fundamental en los sistemas financieros, desafortunadamente, la automatización va a contribuir con la expansión del capitalismo, en vez de permitirnos superarlo.
Si el capitalismo busca siempre colectivizar los impactos y privatizar los beneficios, entonces el comunismo no debería ser la colectivización de los beneficios y la externalización de los impactos hacia las periferias o las futuras generaciones. Este es el peligro del “comunismo de lujo totalmente automatizado”. Estos peligros no son discutidos por los textos aceleracionistas, pero debería serlo.
Quizás esta es la diferencia ideológica clave: les aceleracionistas hacen un gesto tan extremadamente modernista que se niegan a limitar su utopía, solo hay posibilidades. Contrariamente, el decrecimiento se basa en politizar los límites que hasta ahora han sido dejados en manos de la esfera privada. Esto podría querer decir, en palabras de un empleado de Wall Street, “Preferiría no hacerlo” (“I would prefer not to”) a ciertas tecnologías.
¿Qué es velocidad?
Algo querrá decir cuando dos importantes segmentos de la izquierda radical han gravitado sobre los términos de “decrecimiento” y “aceleracionismo”, tan opuestos como puedan ser.
En mi opinión, hay algo más bien nuevo aquí que nos lleva la discusión más allá de campesines vs. trabajadores, localismo vs. la toma del estado: la introducción de la cuestión de la velocidad dentro del pensamiento de izquierda.
La abordan de maneras muy diferentes. Para el decrecimiento, “crecimiento” es aceleración de los flujos energéticos y materiales del sistema económico a un ritmo exponencial, tanto como la ideología que lo justifica; llamémosle velocidad sociometabólica. Su proyecto político entonces viene a desafiar frontalmente esa ideología, tanto como a repensar la teoría económica en orden de permitir a las sociedades un reaseguro del bienestar, pero también para transformar el modo en que energía y material son utilizados; algo necesario para un sistema económico más justo al concepto marxista de las condiciones materiales de las relaciones humanas.
Les aceleracionistas por otro lado, piensan la velocidad de un modo mucho más figurativo: se refieren a las condiciones materiales de las relaciones humanas. Para elles aceleración significa ir más allá de los límites del capitalismo, lo que requiere un posicionamiento totalmente moderno. Esta es una velocidad sociopolítica: el desplazamiento de las relaciones sociales, como resultado de cambiar los sistemas tecnológicos.
Ambas, pienso, han puesto su dedo sobre una cuestión crucial de nuestro tiempo, pero en direcciones algo diferentes: ¿Puede lo que nos otorga la modernidad, una colosal red infraestructural global de extracción, transporte y fabricación, ser democratizada? Para el aceleracionismo esto requeriría hacer que esa red sea más eficiente y modificar los sistemas políticos para hacerlos más fáciles a la convivencia y cambiar las relaciones sociales más allá del capitalismo. Para el decrecimiento requeriría ralentizar ese sistema y desarrollar sistemas alternativos fuera de él. No creo que estos dos objetivos sean mutuamente excluyentes. Pero haría falta, por un lado, ir más allá de fórmulas simplistas para el cambio del sistema, y por otro, posturas antimodernas.
Pero también vale la pena ir un paso más allá y preguntarse si ese sistema infraestructural tomaría amablemente este cambio de marchas o si simplemente expulsaría al pasajero.
Para explorar esta cuestión es útil referirse a Paul Virilio, el principal “filósofo de la velocidad”. En Velocidad y Política, Virilio describe cómo se provocaron cambios en las relaciones sociales en base a un incremento de la velocidad de personas, máquinas y armas. Según Virilio la historia de la larga emergencia de Europa, desde feudalismo hacia la modernidad del siglo XX, fue una historia de crecimiento del metabolismo de corporalidades y tecnologías. Cada régimen sucesivo significó una recalibración de esta velocidad, acelerándola, manejándola. Para Virilio los sistemas políticos, sean totalitarios, comunistas, capitalistas o republicanos, emergieron como una respuesta a los cambios producidos por esta fluctuación de la velocidad y a la vez, como un modo de gestionar la coexistencia de lo humano y lo tecnológico.
Lo importante para este debate es que Virilio no separa los dos tipos de velocidad: el cambio en las relaciones sociales significa también el cambio en el ritmo metabólico; son lo mismo y deben ser teorizados simultáneamente.
Hacer esto puede ser útil tanto al decrecimiento como al aceleracionismo. Mientras que el decrecimiento no tiene un análisis sucinto de cómo responder a los cambios de los regímenes sociotécnicos de hoy (un punto fuerte del aceleracionismo), al mismo tiempo, el aceleracionismo no teoriza suficientemente sobre los flujos crecientes de material y energía que resultan de este cambio de ritmo. Dicho de otro modo, la eficiencia sola puede limitar sus efectos desastrosos. Como las teóricas del decrecimiento lo han señalado, los límites medioambientales deben ser politizados, por lo tanto, el control sobre la tecnología debe ser democratizado y las velocidades metabólicas deben ser desaceleradas para que la Tierra continúe siendo habitable.
Es necesario hacerse grandes preguntas, preguntas sin responder por la exhortación simplista a “cambiarle la velocidad al capitalismo”. Cuando la velocidad se cambia, el problema de los límites metabólicos no será resuelto través de la “eficiencia”, debe reconocerse que mayor eficiencia y automatización han conducido (y probablemente lo seguirán haciendo) a un aumento del extractivismo y a una escalada global de las injusticias medioambientales. U otra: ¿qué significa aceleracionismo en el contexto de una maquinaria de guerra que históricamente ha prosperado a través de la velocidad, la logística y la conquista de la distancia? ¿es posible una aceleración no violenta, y qué aspecto tendría la lucha de clases en ese escenario?
Para ser justo, el decrecimiento tampoco responde todas las grandes preguntas. Ha habido poca discusión acerca de cómo la desaceleración de masas sería posible cuando, como demuestra Virilio, el cambio de masas ha ocurrido históricamente a través de la aceleración. ¿Puede desacelerar la hegemonía?
Si el decrecimiento carece de una teoría robusta acerca de cómo generar un cambio de régimen, entonces la marca aceleracionismo de Williams y Srnicek no permite un vocabulario pluralista que mire más allá de su limitada idea sobre lo que constituye un cambio de sistema. Y sin embargo, los defensores de cada ideología se encontrarán probablemente en la misma sala en las décadas por venir. A pesar de su “marca” opuesta, quizás deberían conversar. Tienen mucho que aprender unes de otres.
Foro de la Sociedad Futura.↩︎
Figurativo: tormenta de ideas. Técnica para generar ideas en forma grupal.↩︎
Pequeñas hojas de papel autoadhesivo de varias dimensiones, formas y colores.↩︎
Juego de palabras entre “ahora” y “utopías”.↩︎
Think tank podría traducirse como “laboratorio de ideas”, “instituto de investigación”, “gabinete estratégico de expertos”, “centro de pensamiento” o “centro de reflexión”. Es una institución o grupo de expertos, generalmente vinculados al poder, cuya función principal es generar consensos en torno a política social, estrategia política, economía, asuntos militares, tecnología, cultura, etc. Suelen estar vinculados con laboratorios militares, empresas privadas, instituciones académicas, partidos políticos, grupos de presión y lobby. Su objetivo suele ser el de ejercer influencia sobre los gobiernos y otros sectores del campo del poder para incidir en la opinión y las políticas públicas.↩︎